Por Emiliano Mariscal.
“La pandemia es un fenómeno total, emerge desde el plano nanoscópico, microscópico, viral, molecular hasta discursivo, narrativo, pasando tanto por procesos clínicos, fisiopatológicos, como también por procesos ecológicos, poblacionales, hasta por procesos políticos, organizacionales. Todo eso es la pandemia, no es vinculado a la pandemia, es la pandemia”
Naomar Almeida Filho (Coronavirus y Salud Internacional Sur Sur- BRASIL en Debate https://www.youtube.com/watch?v=6AYRdCm4LIE )
Transcurridos algunos meses del comienzo de la pandemia (fue declarada oficialmente por OMS el 11 de marzo), se va haciendo necesario pensar y reflexionar en torno a lo acontecido. Los días transcurren tan vertiginosos y llenos de información que pensarnos, mirar como veíamos hace uno o dos meses atrás nos parece muy lejano.
Avanzaba marzo y nos preparábamos para afrontar situaciones similares a las que acontecían en Italia, España y otros sitios de Europa. La aplicación estadística de modelos matemáticos, parametrizados en función de las dinámicas de aquellos sitios e insertados a nuestra composición demográfica, nos auguraban meses de enfermedad total, de muerte asediando cuan maldición divina. El mejor de los escenarios posibles se vislumbraba tan catastrófico como la peor de las pesadillas.
Hablábamos entonces de la clínica, buscábamos sistematizaciones sobre modos de identificar la enfermedad, caracterizaciones clínicas que permitieran prepararnos para su detección. Hablábamos también del nuevo virus, de su elevada capacidad de transmisión, de su potencia en desencadenar respuestas inmunes exageradas, de tormentas de citocinas, de receptores ACE, queríamos comprender la fisiopatología, debatíamos en torno a opciones terapéuticas posibles, apoyados en el conocimiento fisiopatológico y, absolutamente siempre nos manteníamos expectantes de la aparición de “la solución”, de “la cura”, de aquello que sea capaz de devolvernos del mal sueño en que estábamos sumidos.
El mundo de las decisiones de estado se debatía entre declarar la cuarentena o no limitar el flujo de personas y su movilidad. Hablábamos sobre medidas de control, tomábamos nota sobre las capacidades (o la ausencia de las mismas) de nuestros sistemas de salud, conocíamos sobre cantidad de camas de hospitales, respiradores, médicos por habitantes, debatíamos acerca de las acciones que deberían tomar los estados.
La ciencia sintió como nunca antes la mirada posada sobre sí, pululaban estudios y diseños de todo tipo, iban desapareciendo las barreras de acceso al conocimiento en torno al COVID 19, se conformaban consorcios y alianzas de todo tipo para lograr sinergias capaces de avanzar en la construcción de respuestas, se compartían datos como si lo que verdaderamente importara fuera aquello de encontrar las respuestas, íbamos siendo testigos de un interés genuino e inusitado por aportar a la solución del problema.
Al ritmo de este recorrido iban apareciendo preguntas tales como ¿Qué sabemos y qué podemos? ¿Dónde y por qué ocurre o no determinado evento? ¿Por qué no ilimitamos todo el saber? ¿Por qué no lo hacemos verdaderamente universal, accesible y vinculado a cada uno de los aspectos que impulsan nuestra reproducción en tanto seres vivos y en tanto individuos? ¿Cuándo lograremos que el impulso y el sostén de cada cuestión a investigar tenga como interés primordial el progreso en términos de objeto, bienes o valores que contribuyan al mejoramiento de la vida en la tierra? ¿Quiénes publican, cómo, por qué y dónde? ¿Cuáles son los caminos que deben transitarse para compartir libre y universalmente un producto de la ciencia? ¿Quién y cómo se valida lo que se conoce? ¿Por qué solo podemos pensar en términos de objeto, de bien susceptible de ser intercambiado? ¿No es una sin razón total que un producto genuino de la ciencia tenga dueño? ¿No deberíamos liberar de ataduras cada nuevo avance?
Incipientes ensayos clínicos, sugerentes verdades vinculadas al agente y su propagación, tratamientos de todo tipo, patrones moleculares y pruebas diagnósticas, sinuosas evidencias, argumentos contrapuestos y debilidades fácticas nos recordaban una y otra vez la complejidad en la que vivimos, fractalidad, borrosidad de límites y no linealidad iban haciéndose tan evidentes como las propias insuficiencias de una ciencia ortodoxa defensora de verdades absolutas o reducidas a principios estáticos con pretensión de universalidad.
Iban quedando atrás discusiones en torno al origen de la pandemia, que si acaso un incauto se comió un animal vivo, o tal vez un laboratorio capaz de diseñar una cepa tan efectivamente transmisible como ésta, deformábamos primero y denostábamos luego costumbres de otras latitudes. Pocas voces alertaban sobre el daño ambiental, sobre la recurrencia de eventos en los cuales determinados agentes (en este caso un virus) encuentra condiciones propicias para la mutación, adquiriendo mayores capacidades para su reproducción, mucho menos discutíamos sobre los orígenes de estos daños del ambiente, sobre el antropoceno (era temporal en la cual nuestra presencia va dejando huellas en la tierra), la manía de creernos centro del mundo cuando solo somos una porción minúscula de la trama de la vida, agrediendo y avasallando permanentemente a la biodiversidad que garantiza la existencia de la vida en el planeta. Nuestro planeta y sus 4600 millones de años son olvidados y relativizados ante lo suntuoso de nuestra existencia, valga decir que de tan solo 10 mil / 15 mil años. Un día (figurativamente pues en realidad ha sido un proceso de años del desarrollo de las ideas) comprendimos que nuestro planeta era uno más entre otros muchos que giraban alrededor de un astro central, van siendo tiempos para nuevos giros copernicanos, entendernos parte de la trama de la vida, usar nuestras potencialidades en pos de cooperar en la reproducción colaborativa de la vida en el planeta.
Quedaban relegadas también las discusiones en torno al mundo globalizado que habitamos y su tambaleante curso económico, azotado por burbujas, especulaciones, estanflaciones, recesiones, dominado por mercados cada vez más concentrados, compuesto por excéntricas riquezas y populosas carencias, legislado por férreas cláusulas contractuales de libre circulación de casi todo. Mundo con grandes urbes portentosas, llenas de luces y tecnologías, con periferias grises y populosas, distantes a los extensos territorios de monocultivos, prestidigitados comercial y genéticamente, para abastecer mercados imbuidos de más consumo. Van quedando en el recuerdo las crías extensivas, más valen 5 mil cerdos encerrados en un reducto de granja, engordados artificialmente mediante el uso de antibióticos que arrasan su microbiota, llenando los bolsillos de los que lo poseen y de genes de resistencia el ambiente, agua y suelo del mundo.
Han transcurrido dos meses en los que nos fuimos concentrando en el desarrollo de las curvas, en el conteo de casos y fallecidos, en la construcción de tasas que pudieran brindarnos posibilidades de comparar, de conocer el peso relativo, el ritmo e intensidad de la circulación en diferentes partes del mundo. Aquellos territorios cuyos estados han preservado el interés de la mayoría, lograron reducir significativamente el impacto de la pandemia en términos de vidas, ganando tiempo para dotarse de herramientas que permitan que la circulación, en una magnitud menor a la que ocurriría sin intervención, vaya reduciendo el número de susceptibles, y de ese modo pueda el virus continuar su reproducción al tiempo que las sociedades humanas también continúan con la suya. Resta conocer el efecto de la temporada invernal en sitios con mayoría de población susceptible, la magnitud de los daños en poblaciones con altos niveles de inequidad social y sanitaria, el comportamiento de la circulación en comunidades carentes de servicios, con altos niveles de hacinamiento y niveles inmunitarios bajos.
Como humanidad vamos aprendiendo muchas lecciones, aprendemos que debe aumentar el valor relativo que le otorgamos a determinados fenómenos, como los relacionados con la salud, aprendemos que nuestras posibilidades de salud tienen que ver con la del resto de seres que habita la tierra, que nuestros sistemas de salud deben ser fuertes y estar dotados incluso de herramientas para lidiar con contingencias y situaciones no previstas, que son los estados naciones, nuestros gobiernos, los encargados de garantizar las condiciones de posibilidad para estar a la altura de las demandas surgidas, que no solo están relacionadas a la infraestructura sanitaria sino también a otros aspectos vinculados con las condiciones de vida de las poblaciones, también aprendemos que la ciencia debe estar al servicio de la humanidad y lo más lejos posible de intereses comerciales y ganancias, que las industrias y grandes monopolios vinculados a la salud debieran dar paso a grandes complejos biotecnológicos nacionales y regionales, desde donde se garanticen los recursos estratégicos que dan respuesta a las situaciones sanitarias.
También aprendemos sobre la importancia del abrazo, de la presencia del otro, del cuerpo a cuerpo desde el cual hemos ido constituyendo nuestro lenguaje, nuestra autoconciencia, nuestras nociones del mundo. Aprendemos también que hay enfermedades devastadoras que transcurren ante nuestros ojos sin provocarnos siquiera compasión, muchas de las cuales pueden resolverse efectivamente si se cuenta con voluntad, y vivenciamos cómo la inminencia de padecer una enfermedad nos debilita. Aprendemos que existen innumerables posibilidades de ejercer la solidaridad, de pensar en el bien del otro como modo de vivir, somos testigos de experiencias genuinas y novedosas de organización colectiva, aprendemos también que, conformando una comunidad de decisiones consensuadas, podemos transitar situaciones difíciles con mejores herramientas.
Decía Samaja (Epistemología de la Salud) que somos sistemas complejos con historia, conformamos una totalidad compuesta por múltiples partes. En el proceso, las partes van suprimiendo, conservando y superando características propias hasta constituirse en totalidad, que al mismo tiempo ejerce influencia sobre cada una de las partes. De tal modo que somos ese desarrollo, en el que la humanidad contiene fragmentos suprimidos, conservados y superados de su propio transcurrir.
El autor es profesor de Epidemiología de la Escuela Superior de Medicina de la Universidad Nacional de Mar del Plata.